Aunque el día de los muertos pasó hace semanas, hoy celebramos la muerte de Kinect, el periférico con el que Microsoft nos vendió la moto, hizo all-in e hipotecó para siempre su futuro en el mundo de los videojuegos. Tras su exitoso lanzamiento comercial en 360, la compañía se empeñó en el dichoso artilugio y lo impuso de serie en XBox One con un sobrecoste de 100 euros, lo que condenó a la consola para siempre. Ocho meses después reculó, pero ya era demasiado tarde y recientemente ha anunciado el cese de su fabricación. Siempre se van los mejores, como el fiscal general del estado.
Lo que sí nos ha dado muchas alegrías es Rogue Legacy, un estupendo juego indie de 2013. Su deliciosa estética 16 bits que combina acción y plataformas 2D con toques de roguelike y metroidvania nos deparó un título casi infinito en el que cada partida es totalmente distinta. Además, la posibilidad de jugar con personajes de diferentes clases con defectos como demencia, alzheimer, dislexia o enanismo da lugar a un clásico instantáneo.